La fábula tenía un precio

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FICHA TÉCNICA:

AÑO: 2003     DURACIÓN: 95 min.    PAÍS: EE.UU.

DIRECTOR Y GUIONISTA: Billy Ray

REPARTO: Hayden Christensen, Peter Sarsgaard, Chloë Sevigny, Steve Zahn, Melanie Lynskey, Hank Azaria, Rosario Dawson, Luke Kirby, Jamie Elman, Mark Blum, Chad Donella, Russell Yuen, Cas Anvar, Linda E. Smith, Ted Kotcheff

PRODUCTORA: Lions Gate Entertainment

GÉNERO: Drama | Periodismo. Basado en hechos reales

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En la definición de periodismo podemos encontrar muchas variantes y clasificaciones, pero si hay algo que realmente lo define es la veracidad de la información.

La veracidad de la información se encuentra por encima de líneas editoriales, políticas de empresa y pensamientos subjetivos (al menos así debería ser). Es ésta la que conforma al periodista como profesional, dotándolo de credibilidad, algo imprescindible en este oficio y que distingue al buen periodista.

Si bien es cierto que la verdad es una de las premisas del periodismo, desgraciadamente en muchas ocasiones también lo es la fama o popularidad que tus artículos te pueden llegar a dar. Fama en forma de trabajo y de valor a una firma. Son muchos los que van detrás de ella y harán lo que sea por conseguirla, como ocurre con el caso que nos ocupa.

El precio de la verdad (2003), dirigida por Billy Ray, cuenta la historia, basada en hechos reales, de  Stephen Glass (protagonizado en el film por Hayden Christensen), un joven y prometedor periodista de la prestigiosa revista política de Washington D.C. The New Republic. Glass era una de las estrellas de su medio, un redactor que gozaba de credibilidad y que era conocido por la tensión de sus historias y la contundencia de sus descripciones. Una fama conseguida a base del engaño y la ficción.

- Stephen Glass, ex periodista de The New Republic
– Stephen Glass, ex periodista de The New Republic

No pasó mucho tiempo hasta que Charles Lane, director de la revista, junto a Adam Penenberg, periodista de Forbes digital, investigando y profundizando en los artículos de Glass, descubrieron la auténtica realidad del joven periodista: 27 de sus 41 artículos fueron inventados, algunos parcialmente y otros en su totalidad.

La prueba del delito fue la publicación de “Hack Heaven”, el artículo en el cual un supuesto hacker de 15 años había sido presuntamente contratado por una gran compañía para trabajar como consultor de seguridad después de haber entrado en su sistema informático y expuesto sus debilidades. Pura patraña informativa. Las fuentes eran inventadas y los personajes y escenarios únicamente sucedieron en la mente de Glass.

- Fragmento del artículo publicado por Glass, "Hack Heaven"
– Fragmento del artículo publicado por Glass, «Hack Heaven»

Sin argumentos ni pruebas convincentes, Glass se inundó en un inmenso remolino de mentiras y falsificaciones, para poder argumentar la posibilidad de aquellas fantásticas historias, que habían sido inventadas con el único propósito de darse a conocer y escalar en la empinada travesía hacia la fama mediática. La fama tenía un precio y Glass sufrió las consecuencias de su farsa.

Este hecho pone de manifiesto las diferentes miradas que un periodista posee a la hora de escribir un artículo, el valor moral, ético y social que posee la información veraz, en contraposición de la visión del joven periodista que está iniciando su carrera en el mundo de la comunicación, y el pequeño trecho que separa la realidad y la ficción en determinados productos periodísticos.

Lo que resulta sumamente preocupante es que no sólo la revista no corroboró las fuentes informativas de este personaje, sabiendo que en el caso de que éstas fueran falsas, su reputación podría llegar a decaer, sino que además, el público nunca dudó de la veracidad de sus relatos, sino que fueron compañeros de profesión los que tuvieron que denunciarlo. Este escenario nos marca la omnipotencia y el poder de verdad que adquieren ciertos medios de comunicación en el imaginario social de toda una nación, y deja en claro el fuerte poder que los medios poseen para estructurar pensamientos y ser los verdaderos portadores de la verdad.

Los medios de comunicación deben tener un control total sobre lo que publican sus periodistas, para impedir casos como el de Glass. Él mismo reconocía en el film: “Hay un hueco en el sistema de control de datos. Muy grande. Los hechos en muchas notas pueden comprobarse, en ciertas fuentes (…) pero en otras notas, la única fuente disponible son las notas del periodista”. No obstante, la responsabilidad última recae sobre el propio periodista, solo él tiene la capacidad moral y profesional de informar como es debido, atendiendo a la ética del periodista y a los códigos de autorregulación. Si no es así, tal vez debería dedicarse a escribir novelas de ficción, en las que la imaginación se antoja fundamental y necesaria. Pero no en el periodismo.

El caso de Stephen Glass no es único, por desgracia el periodismo de vez en cuando se ve salpicado por gente sin escrúpulos que ya sea por tener un despacho mayor o por conseguir galardones no dudan ni un segundo en falsear e inventar informaciones a cambio de “prestigio”, como pueden observarse en casos como los de Janet Cooke o Jayson Blair. Afortunadamente, existen más luces que sombras. La labor de los verdaderos profesionales no debe verse empañada, y todos debemos colaborar para denunciar y acabar con la manipulación informativa que ahora más que nunca se cierne sobre los medios tradicionales y digitales.

Conclusiones sobre el caso «Glass»:

–          El periodista debe ser profesional y atender siempre a la ética periodística. Aquel que no ofrece la verdad a sus lectores, con sus respectivos argumentos, fuentes… tiene muy poco futuro en este mundo.

–          Las redacciones deben preocuparse más de lo que escriben sus redactores, y no de manera exclusiva para proteger su propia imagen, sino para defender la veracidad de las informaciones.

–          Como lector o consumidor de información no debo creerme todo lo que me cuentan. Hay que ser selectivo al seleccionar la información.

–          Un periodista no debe obsesionarse con obtener la fama. Debe realizar adecuadamente su trabajo y ganarse su propia credibilidad.

–          Aunque existan este tipo de casos, en el periodismo existen más luces que sombras. Existen grandes profesionales y grandes medios que representan la definición auténtica del periodismo. Es labor de todos que esto siga siendo así en el futuro.

Stephen Glass, historia de un fabulador

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FICHA TÉCNICA:

Titulo Original: Shattered Glass

Dirección: Billy Ray.

Año: 2003.

Duración: 99 min.

Interpretación: Hayden Christensen (Stephen Glass), Peter Sarsgaard (Chuck Lane), Chloë Sevigny (Caitlin Avey), Rosario Dawson (Andy Fox), Melanie Lynskey (Amy Brand), Steve Zahn (Adam Penenberg), Hank Azaria (Michael Kelly), Mark Blum (Lewis Estridge), Simone-Elise Girard (Catarina Bannier), Chad Donella (David Bach).

Música: Mychael Danna.

Estreno en USA: 14 Noviembre 2003.

Estreno en España: 23 Abril 2004.

Estudiar Periodismo supone aprender a respetar los valores fundamentales del profesional de la información. Uno de los principios más importantes que debe tener en cuenta un periodista a lo largo de su carrera es el de informar sin inventar o adulterar la información. La veracidad de los hechos es una obligación inquebrantable que todo periodista debe asumir siempre, sean cual sean las condiciones en las que se encuentre.

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La película «El precio de la verdad» refleja la historia del fraude de Stephen Glass, un joven periodista de la prestigiosa revista de política y actualidad The New Republic. La brillantez de sus escritos y la facilidad de agradar a todos los públicos le llevaron a ser uno de los periodistas más solicitados de Washington con tan sólo 25 años. El periodista disfrutaba de esa gran situación profesional cuando se descubrió que más de la mitad de sus artículos no eran más que invenciones. Cuando Glass se incorporó a la plantilla de la revista, su actitud y profesionalidad no despertaron sospechas, hasta que su habilidad para descubrir historias interesantes (y ficticias) le llevó a escribir “Hack Heaven” en 1998. Por aquel entonces Adam Penenberg, periodista de la versión digital de Forbes, se interesó por el artículo y comenzó a investigar sin éxito a los protagonistas. Ante la falta de datos, Charles Lane, director de The New Republic, comenzó a dudar de Glass. Éste, al verse acorralado, inventó la pagina web de la compañía de software Jukt Micronics, e incluso declaró que había sido engañado por sus fuentes. De nada le sirvieron estos argumentos ya que fue su última colaboración en la revista tras demostrarse su culpabilidad.

El caso de Stephen Glass es el ejemplo que pone de manifiesto la pérdida de la esencia del periodismo, esencia donde debe primar la lealtad al ciudadano y la búsqueda de la verdad como principales objetivos. Este periodista pasó por alto toda la ética profesional para alcanzar sus objetivos personales de reconocimiento profesional y social.

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Stephen Glass olvidó su obligación de trabajar para el lector y la cambió por la búsqueda de su prestigio personal. Para ello inventó noticias poco cubiertas por otros medios, lo que le permitía engrandecerlas de forma ilimitada debido a que no corría el riesgo de ser descubierto por otra publicación. Este hecho nos conduce al debate sobre si de verdad se analiza e investiga correctamente la información que aparece en los medios y especialmente la información más específica y de difícil cobertura.

A pesar de que Glass fue realmente un caso de fraude informativo, me parece interesante la imagen del director del periódico que se da en la película, alguien que apoya, cree y lucha por sus periodistas. En los últimos tiempo predomina la imagen de un director que se decanta por la comodidad y dureza a la hora de tratar a sus redactores, un director que le preocupa más el factor económico que las inquietudes de los periodistas.

Glass no es la única figura periodística que ha optado por el camino de la invención y el artificio. Casos como el de The New York Times en 2003, en el que el periodista Jayson Blair fue despedido por inventar decenas de publicaciones o el caso de Janet Cooke, que fue premiada con el Pulitzer (para más tarde tener que devolverlo) son un claro ejemplo para que el periodista de hoy en día no caiga en las redes de la falsedad y la invención.

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Stephen Glass intentó justificar en su libro El Fabulador su atentado argumentando que solo pretendía que la gente lo amara. Tanto Forbes como The New Republic se pusieron de acuerdo en que la verdad es un valor fundamental del periodismo y que nadie está autorizado a violarlo. Resulta insultante que una persona que se aprovechó de la inocencia de sus lectores pueda lucrarse de su propia historia a través de una obra literaria.

Conclusiones sobre «El precio de la verdad»:

1. Debe primar el prestigio de tu información frente al tuyo propio.

2. La información debe ser revisada tanto por los miembros del medio que publica como por sus competidores y lectores.

3. Las redes de la invención, la falsificación y de la fama personal siempre estarán presentes, sin embargo, el profesional de la información no debe caer en ellas bajo ningún concepto.

4. Un buen director es una buena garantía para cualquier medio.

5. «El precio de la verdad» es recomendable para todos los públicos y casi obligatoria para todos los futuros periodistas.

Stephen Glass y el periodismo de ficción

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Stephen Glass era un prometedor periodista que, tras haber destacado como director del diario de la Universidad de Pensilvania, consiguió un puesto de trabajo en The New Republic, como asistente de redacción, una reputada revista que destacaba por su detallado análisis político y que podía presumir de ser la única que “viajaba en el Air Force One [avión presidencial del presidente de los Estados Unidos] con el presidente”, dejando bien claro que la revista tenía una repercusión política que hacía que cualquier periodista deseara trabajar en ella. Y Stephen Glass era uno de esos afortunados.

El prometedor periodista pronto comenzó a destacar con las publicaciones de interesantes y simpáticas historias extraordinariamente relatadas que le hicieron ganarse al público. Historias que pronto se desmoronaron como un castillo de naipes. La publicación de su artículo “Hack Heaven” fue con el que Glass cavó su propia tumba periodística. La historia de un joven pirata informático (hacker en inglés) que había conseguido atentar contra Jukt Micronics y esto le granjeó una oferta de la empresa informática para trabajar con ello. Las exigencias del “púber” hacker fueron las suscripciones a Penthouse y Playboy, el ejemplar nº1 del cómic X-Men, viajar a Disneyland y un Miata (nombre con el que también se conoce al Mazda MX-5), para acabar despidiendo a los directivos de Jukt Micronics con un grito tan rotundo como cinematográfico: ¡Show me the money!

La publicación de un tema tan “digital” en un medio tan tradicional como The New Republic, llamó la atención de Adam Penenberg, periodista con una mayor trayectoria “digital” que trabajaba en Forbes Digital y no entendía cómo no se había enterado de una historia como tal. Así pues, el bueno de Adam se puso a comprobar las fuentes y datos del artículo para acabar dando como resultado que todo era una patraña, una farsa, un invento del prometedor periodista Stephen Glass.  De sus 41 artículos publicados, un total de 27 eran inventados en su totalidad, o parcialmente. Es menester comentar que el equipo de Forbes Digital contó con la ayuda del director de The New Republic, Charles Lane, que comenzó una investigación interna, que si bien al principio le provocó alguna enemistad en el seno de la redacción, finalmente, y tras la comprobación de las mentiras de Glass, finalmente fue vital para descubrir los tejemanejes del joven periodista.

Por un lado, el análisis de la web de Jukt Micronics dió como resultado una web que no podía pasar como profesional para un periodista con experiencia en lo online (como los de Forbes Digital), algo que no ocurría con el director de The New Republic, Charles Lane, que reconocía que tenía nula experiencia en lo digital. Comenzaron a cotejar datos y comprobaron como muchas de las fuentes no existían, no existía tal congreso de hackers, ni el hacker en sí. Una de las investigaciones que más mérito tuvo fue la del número de teléfono de Jukt Micronics, ya que, acertadamente, Adam Penenberg hizo que dos teléfonos llamaran a la vez a dicho número y fue así como se dieron cuenta que la teórica empresa sólo contaba con una línea de teléfono, algo bastante poco inusual en una empresa de gran volumen, como así comentaba Stephen Glass en su historia. Fue un ejercicio que desenmascaró al impostor periodista, pero por otro lado (y no aparece reflejado en la película), deja al aire las vergüenzas del ejercicio de comprobación de fuentes y datos del que tanto presumía la redacción de The New Republic, lo que empuja a un servidor a pensar (si piensa mal) que si un periodista pudo engañar tan fácilmente a tantos redactores, editores, etc., que comprobaban los datos y los reportajes, ¿por qué no lo pudo hacer algún otro? Con esto quiero decir que no sólo queda al descubierto Stephen Glass, sino que también queda al descubierto la fiabilidad de The New Republic y eso es algo que no se destaca apenas en el film de Billy Ray.

Stephen Glass fue despedido y acabó sus estudios de Derecho, de lo que ahora ejerce e incluso escribió un libro (“El Fabulador” [Ed. Planeta Internacional, noviembre 2003]) donde intentó lavar su imagen, cosa que no consiguió. Tras su ansia de fama, causa de la invención de todos esos artículos, ha pasado a un oscuro ostracismo.

Hoy día sería un error pensar que el rigor periodístico, la verificación y el buen periodismo, son sólo sinónimos de medios tradicionales. Son sinónimos, simple y llanamente, de los buenos periodistas. De aquellos a los que su ética les dice que tienen que trabajar acordes a las “reglas del juego” y no inventarse fuentes, datos o artículos al completo. Si eso no fuera así y no existieran las excepciones que confirman la regla (Stephen Glass, Jayson Blair o Johann Hari), no sólo el buen periodismo estaría perdido, sino todo el periodismo estaría abocado a la desconfianza del público y al desastre, a la desaparición. Los medios tradicionales y los medios digitales son las dos caras de una misma moneda y hay razones para pensar que en ambas se pueden encontrar ejemplos de los tres sinónimos enunciados más arriba: Periodismohumano, En la boca del lobo, Hotel Palestina, entre otros. Por el contrario, en el periodismo tradicional también podemos encontrar historias que han resultado ser falsas o manipuladas intencionalmente: La portada de Chavez de El País, estadísticas y datos del movimiento 15-M, las nacionalizaciones de empresas españolas en el extranjero, etc.

En definitiva, el rigor, verificación y buen periodismo se practica tanto en unos medios como en otros, independientemente de si son tradicionales o no. La pelota está en el tejado del periodista que es el que debe llevar a cabo ese rigor, esa verificación y ese buen periodismo. Y si eso se le inculca al periodista, el oficio habrá ganado mucho.

Conclusiones del caso Stephen Glass y The New Republic:

  1. Aunque una historia sea buena y parezca interesante, hay que comprobarla, sin dejarse influenciar por la relación o la personalidad del periodista que la publica.
  2. Internet es una herramienta que ha facilitado la transmisión de la información y la comprobación de la misma, aunque también tiene otra cara, la del anonimato y la posibilidad de difundir informaciones falsas haciéndolas pasar por verdaderas. Internet facilita la invención y el plagio, pero también lo hace más fácil de descubrir.
  3. El verdadero periodista disfruta ejerciendo su trabajo de la mejor manera posible, comprobando la procedencia de las informaciones y no inventando ni fuentes ni datos. El éxito y ganar lectores, llegará paulatinamente si el periodista realiza su trabajo acertadamente.
  4. Conviene revisar los dispositivos para la verificación de la información en cualquier medio, cada cierto tiempo, ya que normalmente las estructuras que verificaban la información vehemente y concienzudamente, tras el paso del tiempo, se suelen tranquilizar y es ahí donde pueden darse casos de periodismo de ficción.
  5. El Periodismo tiene en lo más alto de la pirámide la verdad, la transmisión de hechos noticiosos e informaciones verdaderas, en el momento que esto no es así, el Periodismo no tiene sentido. No hay que confundir Periodismo con literatura.

«Bad journalism can be found anywhere» Adam L. Penenberg

«El precio de la verdad» cuenta la historia de un joven periodista, antiguo redactor de la revista New Republic, que escribía sobre temas políticos y sociales. Con 25 años ya era todo un erudito, admirado por sus compañeros y querido por sus jefes: Stephen Glass inventó 27 de los 41 artículos que publicó, falseando fuentes y localizaciones.  El rigor y la profesionalidad de la prestigiosa New Republic quedan expuestos por Adam Pennenberg, periodista de un medio on-line, la revista Forbes. El redactor de Forbes trata de seguir la pista de una gran historia firmada por Stephen Glass: “El paraíso del Jacker” pero se encuentra mentira tras mentira cuando intenta contactar con las fuentes de dicho artículo. El escándalo se destapó en Mayo de 1998 con la publicación del artículo de Pennenberg sobre Glass.

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En realidad, ésta es la historia de un enfermo, un sociópata. Personas que por un trastorno psicológico no respetan las normas sociales ni morales y a pesar de ser conscientes del mal que están haciendo, siguen adelante para conseguir lo que se propongan. No es la mera ambición, ni la competitividad, ni hay que preguntarse hasta donde está dispuesto a llegar el profesional porque, a mi parecer, se trata de un enfermo. La pregunta es cómo no se dieron cuenta antes de lo que hacía y por qué no se evitó. Ahí está la parte que, como estudiantes de periodismo, nos interesa.

Un caso semejante es el de la periodista Janet Cooke, antigua redactora del Whashington Post, que ganó el Pulitzer gracias a un artículo inventado publicado en 1980: “El mundo de Jimmy”, donde contaba la historia de un niño de ocho años adicto a la heroína.  Por todos es conocido también el fraude que llevó a cabo Jayson Blair, antiguo redactor del prestigioso diario The New York Times. En mi opinión, todos ellos sociópatas aunque no lo haya declarado así un tribunal médico. Mera opinión personal. La película es merecedora de nuestra atención y relevante únicamente porque hubo alguien que se detuvo a analizar las historias y a investigarlas. De algún modo hizo ver que algo así podía suceder y que había que prestar mucha atención a la procedencia de las historias y sus personajes para asegurarnos de que es cierto: no solo con que sea algo llamativo o gracioso, que nace de un redactor de un gran medio ya hay que lanzarse de cabeza a publicar, son cosas que hay que comprobar. Detrás de cada historia hay muchos protagonistas además de los paralelos a la historia principal con los que contrastas la información de los primeros.

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Una de las últimas frases que podemos leer en el artículo de Pennerberg dice:

«It is ironic that online journalists have received bad press from the print media for shoddy reporting. But the truth is, bad journalism can be found anywhere.»

Así reivindica que no solo la prensa tradicional por ser «tradicional» es superior a los medios online. Ambos pueden disponer de grandes profesionales al igual que pueden equivocarse como queda patente en el caso de la película, en el de Cooke y en el de Blair.

El periodista tiene vidas y sucesos en movimiento entre sus manos que convierte en artículos o reportajes que llegarán a muchas personas. La responsabilidad es infinita. Algo tan valioso ha de revisarse una y otra vez por el propio autor y un superior, como tu editor: por si hay errores en algún dato, por si te han mentido, por si has escuchado la fuente o fuentes erróneas. El hecho de que un redactor sea reconocido en un diario no quiere decir que nunca se equivoque. En la película al resto de compañeros se le revisaban una y otra vez, y Stephen escribía y publicaba los artículos como churros, sin supervisión, sólo con los aplausos de compañeros y lectores fieles.

De lo que realmente nos sirve analizar esto es que como estudiantes de periodismo sepamos de estos casos para conocer en profundidad el mundo que amamos y al que nos dedicamos. Nuestra base de datos y nuestro archivo mental sobre la profesión debe ser rico y muy completo.